La siguiente es una pequeña reflexión, respecto a la educación tradicional bajo la cual muchos en algún momento de nuestras vidas nos hemos formado. Muchas horas he dedicado de mi tiempo a pensar respecto al sistema tradicional de educación. Aquel en donde en un salón de clases pueden caber cientos de personas, de diversas culturas, de diversos países, de diversas etnias, religiones, en fin, todo tipo de diversidad puede entrar y frente a la pizarra, está el maestro.
Empiece a dar clases particulares
La palabra maestro tiene una connotación fuerte, muy fuerte a mi parecer. La idea del alumno usualmente es que el maestro es el dueño del conocimiento, el maestro es quien entrega el conocimiento y eventualmente evaluará lo que el alumno hizo con dicho conocimiento: si lo adquirió, si lo domina, si lo ignoró, si no lo comprendió, todo usualmente bajo su criterio subjetivo.
La pizarra es el acompañante indispensable del maestro, pues allí activamente en una ardua labor, organiza los conocimientos que quiere compartir a sus alumnos. Esto no es tan fácil como se podría pensar, debe pensar no solo en qué dirá, sino también en cómo lo dirá, cuándo lo dirá y de qué manera lo plasmará en la pizarra, para que la gran cantidad de alumnos en el aula puedan comprender lo que busca transmitir.
¿Qué probabilidad hay de que de 100 alumnos en el aula, todos comprendan la idea tal cual la quiso dar a entender el maestro en una cátedra usual de dos horas? Yo me atrevería a decir, casi nula. Es aquí donde pienso que hay un quiebre fundamental en el sistema tradicional de educación. Hay, de entrada, un quiebre de comunicación maestro-alumno.
¿Por qué es fundamental la comunicación?
Porque a través de ella construimos, nos entendemos, generamos cultura, comunidad, sociedad y en sí, conocimiento. Cuando el alumno siente que el maestro es dueño del conocimiento, lo ve como a alguien superior y con autoridad sobre él, de manera tal que el alumno se siente suprimido y muy posiblemente deja de ser un sujeto activo intelectualmente hablando, pues se dedica a recibir pasivamente la información del dueño del conocimiento.
Como se dice muchas veces, a "tragar entero" lo que dice el maestro. Esto no permite que haya una verdadera reflexión por parte del alumno durante la clase, no permite un verdadero proceso intelectual y de adquisición del conocimiento a partir del entendimiento, sino que por el contrario, lleva al estudiante a ponerse en un modo automático cuya única finalidad es absorber la mayor cantidad de información pasivamente.
Ahora bien, si comunicarse asertivamente con una persona puede resultar difícil, hacerlo con 100 simultáneamente pareciera ser una tarea imposible, lo que hace que el maestro tenga ante sí de entrada una tarea titánica. Sé que hay excelentes maestros cuyas habilidades comunicativas y pedagógicas en el salón de clase permiten que una gran cantidad de sus estudiantes comprendan lo que busca enseñar... pero, seamos sinceros, no son muchos los maestros con dichas cualidades. Cualidades que seguramente forjaron a través de años de experiencia y errores en el aula, de frustraciones, de fracasos pedagógicos, etc.
Creo que la enseñanza masiva en el aula que busca el sistema tradicional de educación garantiza un fracaso pedagógico rotundo. Hoy en día, con las TIC y la infinidad de información que hay en la red, el maestro debe bajar de su posición de dueño del conocimiento y pasar a ser un compañero de aprendizaje. Pasar a ser ese conocido, ese compañero de clase, ese amigo inclusive, con el que uno puede sentarse a discutir, conversar y resolver problemas, situaciones, dudas en general sobre los temas que se desee aprender.
En la portada de esta entrada está Paul Dirac, uno de los físicos más brillantes de la historia, dictando una clase... ¿habrá podido transmitir algo de su vasto y brillante conocimiento a quienes allí asistían como lo hubiese deseado? Tal vez, la leve sonrisa que muestra en su rostro, indique que con aquel estudiante a quien observa, sí lo logró.