Seguro que el título no resulta poco familiar a los que sois padres y sabéis, ya de sobra, que ser padre no es un trabajo nada fácil en muchas ocasiones.
Yo, personalmente no tengo hijos, pero llevo años trabajando con niños y también sé lo complicado que puede resultar manejar ciertas situaciones, por eso mis respetos a todos los que sois padres, es un trabajo que, como por ahí dicen,“no está pagado”.
Además, hoy en día, ser padres parece que viene cargado de una presión social enorme. Como si todos tuviesen un manual de instrucciones del “buen padre” y tú no. Esto, en muchas ocasiones, lleva a una auto-exigencia nada práctica en la crianza de los hijos, algo así como “tengo que ser el padre del año”.
La paternidad, como cualquier otra experiencia de la vida, se va aprendiendo, no se nace sabiendo “ser buen padre”, requiere práctica, ¡la vida practicando de hecho! O, ¿existirá el día en el cual podamos decir “¡Ala! ¡Ya soy buen padre! Ya he cumplido y no tengo que esforzarme nunca más”? Yo lo veo más como un camino en el cual hay que mantenerse, en el cual se pueden seguir siempre realizando acciones en una dirección, la dirección de “ser buen padre”.
Justamente esto de “ser buen padre” parece que está reñido con “establecer reglas”. A menudo me he encontrado con situaciones en la que los padres se sienten verdaderamente mal por tener que castigar a sus hijos ante una conducta inadecuada. Esto lleva, poco a poco, a que el niño aprenda que sus acciones no tienen consecuencias, bueno, sí que tienen, pero no aprenden lo que queremos que aprendan como “hacer caso”. Todo esto a su vez, suele llevar a una espiral sin salida en la que los padres se sienten mal por dos motivos: por tener que establecer determinadas reglas ante el comportamiento de sus hijos y porque, al no establecerlas (se sienten mal), no saben cómo manejar este comportamiento.
El “ser buen padre” también va a suponer decir en ocasiones “NO” y darles a los hijos con ello, la oportunidad de aprender a saber estar en situaciones de frustración y verlas como parte de la vida.
Los seres humanos aprendemos a manejarnos en el mundo a través de reglas. En un primer momento, las consecuencias de estas reglas son proporcionadas por agentes externos, como son otras personas (padres, maestros, adultos en definitiva), es lo que llamaríamos “reglas de cumplimento” o “reglas ply”. Un ejemplo de esto sería cuando un padre le dice a su hijo: “Antes de salir a la calle ponte el abrigo, si no, luego no iremos al cine”.
Conforme vamos creciendo, lo ideal es que los proveedores de estas consecuencias sean las propias situaciones con las que interactuamos, es decir, que las consecuencias sean naturales a una conducta dada. Aquí aprenderemos por “reglas de seguimiento” o “reglas track”. Un ejemplo de esto sería coger frío en el caso anterior, por haber salido a la calle sin abrigo. Aquí el niño está aprendiendo de la misma vida, y la regla formada sería algo así como: “Me he dado cuenta de que si salgo a la calle sin abrigo corro el riesgo de resfriarme”.
Con todo esto quiero decir, en resumidas cuentas, que establecer consecuencias contingentes a la conducta de los hijos cuando son aún pequeños, es una buena manera de criar adultos sanos en un futuro. ¡Por cierto! Cuando hablo de contingencias o consecuencias, hago referencia a saber discriminar en que situaciones se ha de aplicar castigo sí, pero también refuerzo.
En otro post, ampliaremos el tema del castigo y refuerzo, viendo a las conductas por su función y no su forma (“regañar” no tiene porqué significar siempre “castigo” para un niño), así como ahondaremos más en el tema de las “reglas verbales”.
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¡Nos vemos en el próximo!