Cuando estudian los nombres de los países y las nacionalidades, a los estudiantes de español les llama mucho la atención que México y mexicano se pronuncien como si estuvieran escritas con jota. Y más aún les sorprende conocer la historia de esa excepción y las fuertes implicaciones de orgullo e identidad nacional que esa X rebelde tiene para nuestros hermanos mexicanos.
Originalmente, en la lengua castellana existía el sonido /sh/, el mismo que hoy en día encontramos por ejemplo en palabras como she, push o show en inglés.
En el siglo XII, en tiempos del rey castellano Alfonso X, conocido por la historia como “El Sabio”, se estableció la norma de que todas las palabras que llevaran ese sonido deberían escribirse con X. Y así comenzó a escribirse xarra, fixo o xardín.
El topónimo México (pronunciado Méshico) tiene su origen en la lengua de los aztecas, el náhuatl, en cuyo idioma vendría a significar algo parecido a “en el centro de la luna”, que es como ellos conocían a su capital, Tenochtitlan, levantada precisamente en medio de un lago llamado Luna.
Cuando en el siglo XVI los aztecas fueron conquistados por los españoles, los recién llegados intentaron adaptar al castellano los sonidos de la lengua local y aplicando la norma de cuatro siglos atrás escribieron México, utilizando la letra X para representar el sonido /sh/
En el habla castellana, sin embargo, ya en tiempos de la conquista el sonido /sh/ estaba desapareciendo, siendo sustituido poco a poco por el sonido que se escucha hoy en día al escribir jota y ge. En el siglo XVII ya nadie decía Méshico en español, sino Méjico.
A comienzos del siglo XIX (1815) la Real Academia de la Lengua Española (RAE) estableció que las palabras escritas con X que se pronunciaban con /j/ debían escribirse con esta última letra. Y así fue como el Quixote de Cervantes pasó a ser el Quijote, el vino de Xerez se convirtió en Jerez, el Xamón en Jamón y México en… ¿Méjico?
Ocurrió que la nueva normativa ortográfica impuesta desde Madrid no pudo llegar en peor momento. Hacía cinco años (desde 1810) que los mexicanos luchaban por su independencia y la defensa de la X en el nombre de su país se convirtió en un símbolo más de la reafirmación de su identidad. ¡México jamás aceptó cambiar el nombre de su país y escribirlo con jota!
A este lado del Atlántico, la RAE, tozuda, se mantuvo firme en defensa de la jota y sostuvo la obligatoriedad de escribir Méjico y mejicano en vez de México y mexicano hasta 1992.
Muchas cosas ocurrieron en España en aquel año. Para los que lo vivimos, fue un año mágico. En Barcelona se celebraron los juegos olímpicos, Madrid fue capital europea de la cultura y en Sevilla, con motivo del quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a tierras americanas, se celebró una espectacular Exposición Universal bajo el lema "La Era de los Descubrimientos" en la que cada país participante construyó su propio pabellón.
México levantó para la ocasión una equis gigante. Se alzaba sobre el río Guadalquivir, en el corazón de la isla de la Cartuja y hablaba por sí sola sin necesidad de más explicaciones. Fue todo un sopapo en los morros.
La RAE claudicó y aceptó por primera vez ese mismo año que ambas formas de escribir México eran correctas, pero manteniendo todavía la preferencia por la jota.
Hubo que esperar nueve años más, hasta 2001, para que la institución recomendara por fin que México y mexicano se escribieran preferentemente con equis mejor que con jota.
Cabe añadir que esta excepción, aunque sea la más cargada de emoción y simbolismo, no es la única en lo que a la equis pronunciada como jota se refiere. Además de muchos otros topónimos de origen náhuatl, como es el caso de Oaxaca, tenemos los ejemplos de Texas (que también perteneció a México, por cierto) y algunos nombres propios como Xavier o Ximena que continúan escribiéndose con equis en muchos lugares aunque se pronuncien con jota.