Los cinco sentidos y el aprendizaje. Parte 1: Estar alertas

Una situación típica de un salón de clases: somos docentes que recién han llegado, nos presentamos ante el aula y le pedimos a cada quien nos diga un par de características personales, como su nombre y qué les gusta. Luego, les explicamos de qué van los contenidos y aprovechamos el tiempo restante para dar datos, proponer materiales para la casa y dejar fluir nuestras ideas. Hemos hecho nuestra presentación, así que si algo sale mal, es culpa solamente de la persona que tenemos enfrente.

Pese a que comúnmente haya este entendido, la comunicación requiere de una base recíproca, lo que significa que un alumn@ que atiende a lo que decimos se merece una cantidad igual de atención de nuestra parte. Y no puede ser una atención que sólo se brinde a las palabras: cuando somos estudiantes, el lenguaje corporal y la convivencia con nuestr@s profesores nos indica si son gente estricta, si están esperando a que termine su hora de trabajo o si podemos tenerles confianza para contarles algo personal. Nos conocen realmente cuando usan sus cinco sentidos, los mismos de los que podemos apropiarnos para entender con quiénes estamos tratando. Esto podrá parecer "muy obvio", pero las que no son obvias son las conexiones entre gestos, órganos y estímulos con las que aprendemos mientras estamos viv@s.

La mirada

Los ojos transmiten confianza y mientras más tensa la mirada, menos probable es que hagamos a la otra persona sentirse un interlocutor. La frase a veces cursi de que "los ojos son la ventana al alma" adquiere aquí un sentido profundo. Hoy sabemos que una persona que no nos hace contacto visual todo el tiempo no necesariamente pasa de nosotr@s, porque la atención no se agota en la vista. También sabemos que alguien que bosteza no está por fuerza aburriéndose, sino que está oxigenando su cerebro. Y así, los gestos que justificaban la férrea disciplina de antaño ya no sirven hoy en día como argumento para la violencia.

El cambio de chip que implica abrir la mirada incluye dejar de asumir que vimos algo y preguntarnos más bien: ¿qué vimos? El espacio de aprendizaje no es un simple lugar, sino un plano de conexión. Las dinámicas en las que infantes juegan o se pelean, por ejemplo, se comprenden observando más allá del niño individual que le pega a su amigo o juega brusco con él. Si hay compañerit@s riéndose, aplaudiendo las acciones o fingiendo que no ven nada, resulta entonces que toda una sección del grupo sintoniza el mismo canal. Identificar visualmente lo que sucede trae consigo menos reprimendas personales y más correcciones a las situaciones colectivas.

La escucha

Un rasgo importantísimo del oído es que funge como los ojos que nos faltan en la espalda. Todo lo que he dicho sobre la vista se refuerza aquí. Las dinámicas entre compañer@s de clase tienen una ubicación, un espacio en el que se desarrollan: personas compartiendo aire con otras personas. El oído es siempre auxiliar para entender los espacios que habitamos.

Sin embargo, la audición también nos brinda la capacidad de escuchar a otras personas y de ser escuchad@s. Con lo estrictos que son los currículos de escuela en nuestros vetustos sistemas de educación, es difícil para l@s alumn@s pensar que puedan decir algo más allá de lo que plantean sus libros y apuntes. Abandonar la palabra es una opción cuando las clases están desconectadas de sus experiencias de estudiantes, que pueden ser más expert@s de lo que creen e ignorarlo.

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Algo de justicia a las palabras

Por la misma importancia de la escucha, puede decirse que la voz está sobre utilizada; particularmente, la voz de profesor. El habla omnipresente de maestr@ es un medio de respuestas absolutas: el alumno puede adivinar al tanteo la solución de lo que se le está preguntando, porque le basta con esperar la respuesta correcta, la del profe, sujeto de autoridad. Por si esto fuera poco, hemos asumido que todo el lenguaje oral que importa es el de los sustantivos racionales y hemos olvidado la risa, el grito, el balbuceo...

No obstante, no se puede echar en saco roto la importancia que tiene una voz para el descubrimiento de las palabras. Se supone que conocemos los temas que vamos a presentar al grupo; entendemos su vocabulario especial y podemos hablar fluidamente al respecto. Para alguien que recién entra a la discusión, todo es nuevo y las cosas que no tenían sentido, de repente lo tienen. Mientras estás en la curva de aprendizaje y no se te hace normal y cotidiano, el tema es una sorpresa constante, porque estás descubriendo la vida de las palabras. Y lo más genial de este proceso es que se resetea con cada nuev@ aprendiz, porque significa partir de cero y descubrir otra vez todas las oraciones y explicaciones. Queda en nuestra labor educativa no quitarle esa alma emocionante y autodidacta al proceso, sino hacerle compañía.

Sentir desde cero

La combinación entre escuchar y hablar genera todavía más asombro cuando ayuda a saber cómo compartir la experiencia. Experiencia hecha de sensaciones, porque a este mundo llegamos sintiendo. ¿No es acaso el primer llanto de un bebé la expresión del trauma más grande de la vida, que es nacer? Si lo viéramos por qué tanta intervención humana hay en el cuerpo: todas las especies compartimos sensaciones; sólo sabemos a ciencia cierta sobre los sentimientos y emociones humanas; y el ordenar y clasificar lo que percibimos del mundo es un resultado del afán educativo.

La apuesta es darle prioridad a la sensación por sí misma y que después vengan los nombres y las explicaciones. El aproximarse de cuerpo completo a las situaciones, como sumergirse en el barro o conocer mejor el agua, es algo que se suele evitar en colegios tradicionales. No se muda el miedo perpetuo al accidente por una mucho más sana y respetuosa supervisión. No digo que sea una transición fácil; muy por el contrario, el mundo digital de hoy nos ha acostumbrado a que el cuerpo y su cuidado no importan mucho. De los soportes digitales y nuestra relación con ellos también se puede aprender bastante, pero mi punto por ahora es que todavía no hemos logrado hacer con máquinas algo comparable a la realidad 3D que toca nuestra piel cuando dormimos, nos bañamos, etc.

El sentimiento interno

De los cinco sentidos, el gusto parecer ser el residual en este artículo. Recordemos pues que el mundo no sólo se siente con el exterior de nuestros cuerpos, sino también con el interior de ellos. Esto lo podemos entender de mil maneras. ¡Qué aburrida sería la piscina si siempre que nos metiéramos a ella se sintiera igual, o si todas las personas la experimentáramos de forma idéntica! Ver el agua puede hacernos querer ir al baño, o marearnos sin siquiera tocarnos.

Acepto que es trampa decir que esta parte es sobre "el gusto". Jamás sugeriría que bebiéramos agua de mar para saber que no es potable. Lo que sí quiero decir es que los aprendizajes pasan por sensaciones que no son originadas por un contacto físico. Suceden adentro, con cosas como la náusea, el hambre o la taquicardia.

En esta historia, lo que llamamos normalmente "corazón" es punto y aparte. No porque no tenga que ver, sino porque es un segundo paso, una cosecha de lo sensorial en productos emocionales. Parece que señalo polos divididos, porque lo hago para propósitos de mi explicación: dentro de nuestro cuerpo la distinción es líquida y móvil. ¿Hasta qué punto abandonamos los sentidos cuando usamos el corazón? ¿Qué tan diferente es pensar y sentir? Puntos que dejo para una segunda parte. Spoiler: voy a hablar de un simple y sencillo cubo.

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