Cuando una peste, una pandemia, comienza a atacar, produce importantes cambios y grandes aprendizajes y lecciones. El fin del Medioevo estuvo marcado por la peste bubónica, una enfermedad viral que arrasó con más de la mitad de la población de Europa. Reducida, incierta y temerosa, la gente estaba dispuesta a iniciar un nuevo sistema de vida, construir sobre lo vivido y abierta a nuevas formas de pensamiento. La peste negra es entonces, la causante de la crisis de las monarquías europeas, el sistema dominante eclesiástico y volver la vista al ser humano como tal.
Con escritores, artistas, filósofos, y los hombres dedicados a las ciencias experimentales, reviven los clásicos grecorromanos, se amplía la cosmovisión y es promovida la teoría antropocéntrica: el ser humano es centro, eje, fundamento y fin de la realidad. Conceptos como dignidad, capacidad, fragilidad, razón y experiencia marcan una nueva era en la historia: la modernidad.
Si cambian las formas de vivir, automáticamente se reconceptualiza el poder. Por ello, la Filosofía del Estado, mezclada entre el poder de muchos o de uno solo, entre el miedo o el convencimiento, o quizá, entre el ser o el tener, quiere ser una oportunidad de reflexión que lleve al hombre y a la mujer a cuestionarse, indagar y entender qué es lo que más le conviene para garantizar sus derechos y cumplir sus deberes.
Tal vez, atravesando una situación actual como la de la Covid 19, es el momento donde cada adolescente y joven pueda cuestionarse, leer la Constitución, apropiarse de lo que significan las palabras de libertad, verdad, poder, voto y conciencia. La Filosofía del Estado, en conclusión, no debe ser una estrategia para memorizar datos, sino para analizar la siguiente pregunta: ¿qué estoy haciendo con mi país?