Nada fácil. En este punto también encontramos dos bandos en las opiniones: aquellos que te dirán que la escritura es algo natural y que “se nace con el don de la pluma y el bien decir” y aquellos que se paralizan frente al horror de la página en blanco. Pero acá me animo a profundizar más la clasificación de los mortales que se enfrentan a esta actividad tan compleja. Hay subgrupos y matices. Veamos: están los que sienten una atracción feroz frente a la hoja o la pantalla en blanco pero mueren de miedo; están quienes, en vez de escribir, garabatean en los márgenes, en el centro o donde cae el lápiz. También están quienes se entusiasman con una frase inicial pero desisten al tercer renglón. Están los otros, que se inspiran y siguen y continúan su punto final con la lectura en voz alta de todo lo que han escrito. En estos tiempos, además, están los que buscan inspiración en internet y utilizan las funciones de copiar y pegar.
Y después de toda esta maraña de perfiles, ¿cómo logramos un texto bien escrito? Lo cierto es que te sientas frente a tu computadora y necesitas componer un texto con palabras, frases, párrafos y demás artilugios de escritura que abruman antes de empezar.
Intentaré ayudarte…
Si has leído otros artículos míos, sabrás que considero que el mejor método para empezar a trabajar es el de las preguntas. Preguntas muy básicas que marcarán una línea de escritura coherente y con sentido.
¿Qué tengo (o quiero) escribir?
No es lo mismo escribir un ensayo que un cuento, una poesía, una reflexión, un comentario, un artículo o mi diario personal. Si tienes la respuesta, busca en internet modelos de ese formato (tipo de texto) e investiga un poco sobre sus alcances. Te ayudo en esto último: tendrás que indagar la estructura de ese tipo de texto, es decir, cómo se empieza, cómo se continúa y cómo se termina.
¿Quién lo va a leer?
Ten muy en cuenta la respuesta a esta pregunta porque irá marcando el registro de tu texto. Te han dicho mil veces que no es lo mismo escribir un correo al director de tu colegio que a un amigo. Sí, eso lo entiendes bien. El error de este ejemplo radica en que ahí se queda y parecería que no hay más registros que el coloquial y el formal. Además, crea la falsa ilusión acerca de que se pueden cometer errores de todo tipo cuando nos dirigimos a un público de nuestro mismo nivel. Si tuvieras que escribir un discurso sobre tu candidatura a la presidencia del consejo estudiantil a tus compañeros de clase, ¿considerarías que los errores no cuentan, que el texto sería igual que una charla en la cafetería? El registro coloquial, en este caso, se conjuga con el formato del texto y con la siguiente pregunta que debes hacerte:
¿Qué quiero lograr con mi texto escrito?
Todo texto tiene un propósito, algo que quiero lograr. En el ejemplo anterior será conseguir los votos para tu campaña, pero no siempre el propósito es tan tangible ¿Cuál es el propósito de los poetas? ¿Y el de los investigadores científicos?, ¿el del narrador o del periodista? ¿Cuál es el de tu escrito? En general, me atrevo a decir que el propósito de todo escrito es el reconocimiento de quien lo lee. Y aquí surge la siguiente pregunta:
¿Cómo lo escribo?
Retoma las palabras que he resaltado en negrita: formato, estructura, registro y propósito y piensa en el perfil de escritor que te define. Si la página en blanco te ponía nervioso, ya tienes material para tranquilizarte; si te tentaba hacer dibujos y garabatos en los márgenes, podrás ilustrarlo con conocimiento del tema; si solías abandonar después del tercer renglón, sentirás que necesitas más espacio para tus ideas; si no lograbas encontrar un punto final, ahora ya podrás leerlo con seguridad y confianza y, si eras de aquellos que el internet te daba las palabras necesarias, estarás en condiciones de competir con ellas con tu propia producción.